Cuando el señor Alzheimer vota.

Hoy elegimos, tomamos una decisión. En realidad, lo hacemos cada día pero hoy sumamos una elección a las ya habituales y cotidianas.
Hoy podemos ir a votar si queremos. Hoy somos “más importantes” aunque igual de anónimos porque decidimos sobre el futuro de muchos.

A estas horas un avance en la red dice que el nivel de participación está en un 35%, dos puntos por debajo de 2003. Ya soy una estadística y, por ahora, en minoría ya que estoy entre ese 35%.
También mi madre es una estadística en minoría o quizás lo es el señor alzheimer. No sé a cuál de los dos acompañé a votar, quizás a ambos.

Nunca mi madre había mostrado tal empeño por cumplir con su derecho al voto, jamás; de hecho hace años que no vota y eso “mosquea”. También “mosquea” el contenido de su voto, impensable hace unos años. Cabe pensar que esta ha sido una decisión de dos: mi madre y su inquilino, que ya es de la familia.

Volver a casa fue difícil. A mi madre y a su amigo les gustó el colegio electoral. No sé lo que esperaban encontrarse, pero allí querían pasar la tarde.

- ¿Ya nos vamos? –dice mi madre ofreciendo cierta resistencia al tirón de mi mano.
- Claro, nos vamos a casa. Ya hicimos lo que veníamos a hacer. ¿Para qué vas a quedarte?
-
Si sé que vamos a estar aquí tan poco tiempo, no vengo.
- No esperarás que te den un bocadillo ¿eh? – le dice alguien en broma sin saber que la está liando.
- A mi aún no me dieron nada – dice medio enfadada.

Cierto, ella ha dado su voto y nadie le ha dado nada. Urge salir de allí. No sea que le de por reclamar su voto y llevárselo de vuelta a casa.

Escrito para una amiga o de cómo aumentar la autoestima

A veces escribir es un bálsamo. Ha sido un recurso personal en muchas ocasiones para superar el pesimismo y también un regalo elegido para los momentos bajos de alguna amiga.

Cada cual interpreta las palabras según el momento que vive, mucho más cuando usamos la metáfora. Esto lo escribí hace algunos años y sirvió para que una mujer se sintiese mejor. Os lo dejo por si os puede servir de lectura. La interpretación ya es otra cosa.


Es verdad esta renuncia.
Es cierta esta huida indefinida
hacia el mundo infranqueable
donde no me llegas.

Sé que sientes
el silencio elocuente de mi ausencia
como un hueco repentino que te embarga,
sólo a veces
y te duele mi renuncia inexplicable
y esta fortaleza que me esconde
y me hace inasequible

Sé que intuyes
la palabra impronunciable que me nombra
como un vacío absoluto que te alcanza,
sólo un instante
y te asusta mi silencio imcomprensible
y la verdad velada que te llega
y te hace frágil.

Te hice irrepetible
al darte la magia indescriptible
que me hechiza
y ahora sabes que no soy
cualquiera de los nombres que tú escoges
sino el nombre que te ocupa
y te atormenta.

Tú elegiste el juego de soñarme
de salvar mi distancia y acercarte
como a cualquier mujer
y ahora sabes que no soy
cualquiera de los sueños caprichosos
con que llenas las horas de tus días
sino el sueño que te asombra
y te desvela.

Sólo yo puedo romper
en mil pedazos la distancia
y acercarme
para hacerte irrepetible.
Sólo si me das
la palabra que me nombra
y la magia indescriptible.

Ahora sabes que no soy cualquier mujer

El día que la reina acarició a mi gato

Mi gato se llama Sócrates y se sienta en el regazo de mi madre a echar la siesta.

Ya lo hacía en julio de 2006, cuando en todas las cadenas retransmitían el funeral por las víctimas del trágico accidente de metro en Valencia al que asistieron los reyes de España.

Sócrates se despertó en ese momento en que la reina aparecía en primer plano en la pantalla de la tele. Saltó desde el regazo de mi madre al suelo, estiró sus patas delanteras y se dió un paseo por el salón.

Pero esa es mi versión.

Mi madre tiene la suya. Son los mismos actores y el escenario es común. El salón de mi casa y la iglesia se confunden en su cabeza. Y además adora al gato.

Sócrates saltó de su regazo y avanzó por el pasillo central de la Iglesia donde se celebraba el funeral. La reina lo vio "Qué gato tan bonito, bisbisbisbis" (¿ya dije que mi madre adora al gato?).

La reina, por supuesto, le hizo unas caricias bajo la atenta mirada de mi madre.

Y hecho esto, se acabó la historia y discútele tú a mi madre que Valencia está a 1000 Km de aquí. Como si la geografía fuese importante.

¿Cómo lo consigue el señor Alzheimer?.

Regresar a la escuela

Que Einstein era un genio es un hecho.

El tiempo es relativo.
3 y pico de la madrugada, tiempo de dormir (para mi). Para otros no tanto.

El señor Alzheimer quiere ir a la escuela a estas horas en que hasta los pupitres duermen. Convence a mi madre y es ella quien me llama desde el final de la escalera. 82 años, ropa nueva, cara lavada. Eso ella, yo en pijama.

Yo: ¿A dónde vas?
Ella: Pues... ¿no tengo que ir a la escuela?
Yo (¿la escuela? ya la hemos liado): ¿a la escuela? No, aún es pronto... creo.
Ella: es que no sé si suspendí o aprobé.
Yo: (sorprendida de que en sus tiempos de escuela hiciesen exámenes, pero vete tú a saber): seguro que aprobaste, pero es que mañana es sábado, tranquila, los sábados no hay escuela.
Ella: ah... ¿entonces qué hago? Es que claro, si suspendí...
Yo (bajando las escaleras): que no mujer, ala, vamos a la cama y quédate tranquila. Mira que querer ir a la escuela un sábado.

El señor alzheimer no contaba con el miedo al suspenso. Esta vez volvemos a la cama.

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro.

¿Recordáis cuándo empezó esa campaña?

La primera vez que tuve noticia de ella fue en un anuncio de prensa, cuando yo aún era más joven que ahora; vamos, que ya hace algunos años de eso; sin embargo, parece que sigue siendo actualidad aunque con algunas variaciones. He visto por ahí que
algun@s han cambiado eso de "escribir un libro" por "escribir un blog".

En fin, pensando sobre el tema y si hago caso a la campaña, yo me he realizado más bien poco. O quizás no.

Lo de plantar un árbol ya está superado. He plantado muchos y de varios tipos. Espero que esto me dé puntos extra para la realización personal.

Lo de plantar muchos árboles requiere su tiempo y, mientras se hace, un@ puede pensar en la segunda fase (eso de tener un hijo). Como esto es algo muy serio yo me tomé mi tiempo.

Me tomé tanto tiempo que finalmente decidí tener sobrinos. Cuatro, para más datos. Vale, seguro que no es lo mimo un sobrino que un hijo, pero ¿cuatro?.

Y por último escribir un libro... pero ¿a quién coño se le ocurrió esa campaña? ¿No era para animar a los ciudadanos a repoblar los bosques? ¿O era un mensaje subliminal? árboles - papel - libro.

Ala, marcando objetivos. ¿Ya has plantado un árbol? pues a por un hijo. ¿Ya está? pues a por el libro. Seguro que un buen número de libros malos que circulan por ahí son fruto de esta campaña.

Y digo yo, ¿me darán puntos extra por leer muchos libros y no escribir ninguno?. Por que lo que es por el blog, va a ser que no.

Un inquilino llamado Alzheimer

Nadie lo invitó, al menos yo no.

Tampoco lo invitó mi madre aunque ya no se acuerda.

Empezó a instalarse en casa hace unos años, así, sin dejarse ver demasiado.

Un día aparecía en cualquier calle y la invitaba a perderse.
Y se perdía. Sólo un rato.
Después venía a casa a visitarla y, poco a poco, dominó su vida. Se escondió en un oscuro rincón de su cabeza y ya nunca se separan.

A menudo está callada, a solas con ese inquilino que le roba la memoria.

Mira y no reconoce.
Quiero ir a mi casa -dice-.
Ya estás en casa ¿no lo ves?.

No, no lo ve.
Está perdida en una niebla de recuerdos y recuerda otro lugar, este mismo lugar en su niñez. Allí quiere volver.

Quizás porque entonces nadie le robaba sus recuerdos.